martes, 24 de enero de 2017

LA TORRE VEINTE II


CRÓNICA DE UNA MOVIDA

Segunda parte

            Una vez terminado el desarme de La Torre del Cable y trasladadas las piezas desde la zona rural del municipio de Herveo a Manizales, se comenzaron las labores de organización y limpieza repartiendo los elementos de acuerdo a su localización en los planos y se procedió a pelar de su costra de brea retostada, tierra y musgo a cada una de las piezas; primero a mano con raspas y cepillos de acero y luego con una pasada por las canteadoras y cepilladoras, para lo cual debía hacerse una revisión minuciosa y retirar cualquier clavo o elemento metálico que contuviera la madera para evitar serios daños en las cuchillas de la maquinaria.
            Los herrajes debieron pasar por distintos procesos de limpieza, primero con disolventes y gratas de acero y luego por un lavado por electrólisis que dejaron todo como nuevo para recubrirlo con pintura anticorrosiva. Los dos grandes patines con poleas que coronan la torre sobre una plataforma de tablones, que son basculantes y por los que pasaban el cable y las vagonetas, se recuperaron en perfecto estado y solo fue cuestión de limpiarlos y pintarlos.
            Terminada la limpieza se pudo proceder al diagnóstico sobre el estado real de la madera, para determinar qué piezas se debían remplazar y cuáles se podían sacar de las partes sanas de las más grandes, las cuales se construyeron de nuevo en madera de roble blanco traído del Huila.
            En los corredores exteriores de las que habían sido las bodegas del ferrocarril, que actualmente albergan a la Universidad Autónoma, se procedió a la pre armada de cada una de las cuatro columnas principales, acostadas, una por una, para realizar el remplazo, sobre medidas, de los elementos a reponer, y así evitar deformaciones de la estructura y hacer posible la armada final del gigantesco rompecabezas.
            Las maderas originales de La Torre, provenientes del Magdalena Medio, eran básicamente comino, laurel, guayacán, carreto y algunas de tierra fría como el encenillo. Éstas, al igual que las piezas renovadas con roble blanco, fueron sometidas a un sistema de inmunización por vacío y presión, que se llevó a cabo en la desaparecida planta de la Corporación Forestal en Chinchiná. Este proceso les dio el color verdoso de la actualidad, debido al contenido de cobre del producto inmunizante. Por sus dimensiones especiales, las 16 piezas horizontales que amarran la estructura a las bases de concreto, y que debieron remplazarse en su totalidad, se construyeron en madera de eucalipto, disponible en la región; y fueron renovadas recientemente, cuando se realizó un juicioso proceso de mantenimiento, por piezas de teca cultivada en el Magdalena medio.
            Entretanto se llevaron a cabo los estudios para determinar el lugar y la manera de instalar la Torre en su nuevo emplazamiento, que nunca se dudó sería en el sector de la Facultad de Arquitectura, antigua Estación de La Camelia y para más en el parque Antonio Nariño, aledaño a la misma sobre la avenida Santander.
            Con la Sociedad de Arquitectos y la Universidad se resolvió convocar a un informal concurso arquitectónico, cuyas propuestas debieron desecharse las unas por superar las posibilidades presupuestales, y las otras por no llenar las expectativas estéticas y urbanísticas para una obra de tal naturaleza.
            Finalmente se resolvió la instalación en la esquina nororiental del parque, sobre pilares de concreto similares a los originales pero con mayor altura y de  figura piramidal, integrando la base de la estructura con los andenes y senderos peatonales del parque. Además se buscaron las mejores visuales desde la avenida, principal arteria de la ciudad.
            Una vez concluidas las obras de cimentación y los pilares de concreto, y terminada la pre armada y restauración en los talleres de las cuatro columnas de 30 metros de longitud –compuestas a su vez de cuatro columnas macizas de madera de 20 x 20 centímetros y varios metros de largo unidas al tope con  platinas y enormes tornillos de acero–  y de los puentes horizontales de nueve metros que las amarran –a la vez formados por vigas de 16 x 8 cmts.– y la pirámide de 26 metros que soporta, a dos de la punta, los pesados patines con poleas de la Torre, se comenzaron las labores de ensamble de una por una de sus 1.800 piezas de madera, que con algo así como 10 toneladas de fierros como tornillos, tuercas, arandelas –del tamaño y el peso de un tejo– y platinas de grueso calibre, se fue levantando con especial cuidado para mantenerla nivelada y a plomo, labor que requería permanentes correcciones que se hacían jalando la estructura con manilas y malacates y aflojando allí y apretando acá hasta retomar la verticalidad.

            En total, los trabajos del traslado, reparación e instalación de La Torre del Cable se tomaron unos dos años. Dispendiosa y exigente labor que bien se justificó con el hecho no solamente de haber salvado esta inmensa escultura estructural que estaba condenada a desaparecer en la montaña, sino de haberle dejado a la ciudad un monumento que se ha convertido en mojón urbano y en uno de sus principales símbolos.

martes, 17 de enero de 2017

EL TRASTEO

EL TRASTEO


         El apartamento que pagaban entre todos tenía dos piezas que daban a la calle comunicadas por el estrecho balcón de tubos de hierro, un baño con ducha y un pequeño espacio con poyo y lavaplatos. Estaba en el cuarto piso de un edificio angosto entre viejas construcciones, con compraventa de café en el primero y gabinetes dentales con ventanas de vidrios pintados de blanco y letreros con las tarifas en el segundo. Se entraba por un portón de lámina que permanecía abierto a unas oscuras escalinatas de granito. La zona, aledaña a las Galerías, es conocida como Puerto Plomo, y en la cuadra había cantinas, modestos negocios de café y chatarrerías. 
         Allí instaló el Profe su colchón, su escritorio, los dos taburetes de vaqueta y las varias cajas de libros que conformaban su menaje. Ocupaba una de las piezas y en la otra, en una cama doble y nocheros de madera ordinaria torneada y pintada con laca color azafrán, dormían Maduro, Ágata y la Pispa.
         La idea de arrendar entre todos la tuvo el Profe esa noche de los cólicos de Ágata, donde Romano. Sería más cómodo y costaría menos que lo que pagaba por su pieza y lo que ocasionalmente gastaban Maduro y las niñas en las pensiones del sector. Hicieron a pie el trasteo de los corotos del hombre, desde la calle de los Juzgados, a seis cuadras pasando las avenidas.
         Los otros no poseían absolutamente nada aparte de alguna ropa que cabía toda en una tula deportiva que rodaba con ellos de lado a lado por la Galemba. Por insinuación del Profe compraron el juego de alcoba donde más barato lo encontraron en la zona de las mueblerías, y una gran manta de lana virgen —con cóndor y montañas— por la décima parte de lo que les pidió una india ecuatoriana en el andén del Teatro Manizales.
         Los vieron pasar en curioso desfile, primero con lo del Profe, éste adelante con el colchón y los tendidos enrollados y atados con una correa de cuero, detrás iba Maduro con la mesa patasarriba sobre la cabeza y una caja de libros en el reverso de la tapa, cubriendo a las niñas en fila india con los taburetes y más libros y otros objetos sobre éstos. Y más tarde con los muebles nuevos, la cama desarmada y el entablado al hombro de los hombres y los nocheros sobre las cabezas de las muchachas. Así bajaron por la diecinueve hasta la Alcaldía, caminando por entre los carros al no poderse por los andenes atiborrados de gente y de buhonerías, y así cruzaron las avenidas de tráfico pesado y las dos o tres cuadras de galería, abriéndose paso entre vendedores de todo, campesinos desocupados, prostitutas y travestis que hacían comentarios y bromas a la peculiar caravana silenciosa.
         Ahí, ese día del trasteo, fue cuando todo se empezó a joder.
        Y alguien podría decir que fue ahí cuando Ágata comenzó a cagarla; pero no era la pobre Flaquita, era la Vida que la había cagado con ella; hacía mucho tiempo. A semejante verraquita y la Vida la había desechado como si exprimiera el mejor de sus frutos sobre el piso asqueroso de la calle.



AL SUR DE CHALA


Había sido un largo y fatigante día desde la ciudad fronteriza de Tacna, al sur del Perú, por ir a contravía del Rally Dakar 2013, contra la corriente de la etapa entre Nazca y Arequipa, nosotros subiendo en el mapa.
Nos encontramos con el rally en La Repartición, entrada para Arequipa, y subimos unos 250 kilómetros por la carretera Panamericana Sur hasta el pequeño pueblo de pescadores entre la orilla del mar y la carretera, El Ático, transcurso durante el cual debimos cruzarnos con más de 400 aparatos entre motos, autos, camiones y cuatri-motos en competencia, como almas que lleva el diablo, en pleno desierto y cornisas en la roca sobre el mar. Peor al oscurecerse y agregarles a éstos bólidos monstruosos unos potentes reflectores rompeniebla.
Por algo llegamos a El Ático mamados, y aunque la idea era subir ese día hasta Chala, casi 100 kms. más arriba, nos quedamos allí no sólo por la fatiga, sino también porque se presagiaba lleno en los hoteles y encontramos habitaciones en uno medio decente lleno de carros del rally, participantes y logística.
Buena pinta –para estar en donde estaba– tenía el hotelito de dos pisos, aparentemente nuevo. Y la presencia de varios vehículos marcados y coloridos de la célebre competencia y la gran actividad en el lobby abierto al exterior; pinta y ambiente que nos dieron pocas esperanzas de hallar habitaciones a tales horas, como a las diez. Pero había, y no dudamos para registrarnos y pasar a comer ahí cerca donde nos recomendaron el chicharrón de pescado y mariscos unos tipos del evento, por quienes supimos también que no se hospedaban allí sino que habían hecho uso del hotel para bañarse  y cambiarse antes de comer y seguir de largo hasta Arica, al otro lado de la frontera, en Chile.
            La “fachada” de hotelito decente terminaba al cruzar la puerta del corredor que llevaba a las habitaciones a donde nos mandaron en el primer piso, medio construidas en ladrillo sin ningún hilo ni nivel, de manera que las paredes de los cuartuchos culebreaban hasta el fondo, al lado de un patio de tierra y una gran puerta que tapaba el mar.
            Sin pensar, por fortuna, en los terremotos frecuentes de la zona, dormimos profundamente hasta que nos despertó una pelea de cholos borrachos con el encargado, que no los dejaba entrar y le daban golpes a la puerta metálica de atrás, ahí encima de nuestra pieza, lo que aprovechamos para ducharnos como fuera en el baño precario y salir de allí –ahora nosotros– como almas que lleva el diablo.

             

martes, 10 de enero de 2017

LA TORRE VEINTE


                                                                                              Fotografía de autor desconocido.


CRÓNICA DE UNA MOVIDA


Desde que dejó de funcionar y luego se desmanteló el antiguo Cable Aéreo que cruzaba la cordillera entre Manizales y Mariquita, hasta que un grupo de estudiantes de arquitectura que hacía trabajo de campo en la población tolimense de Herveo, antigua sub estación del extenso sistema de transporte en el costado occidental del macizo volcánico del Ruiz, conocieron de la existencia de una inmensa torre que a diferencia de las demás estaba construida en madera y no había sido desarmada ni removida como lo fueron las metálicas, sus herrajes y el cable y vagonetas, excepto por una que otra dejadas en los pueblos y veredas a manera de recordatorio; desde que dejó de funcionar el cable, hasta principios de los setenta que presentaron en la facultad de arquitectura, recién instalada en la vieja construcción de la estación de Manizales, una corta película en blanco y negro sobre su descubrimiento, muy poco o nada se sabía en la ciudad de la existencia de la Torre 20, localizada a nueve kilómetros al occidente de la cabecera municipal de Herveo, y a donde había ahora acceso vehicular por haberse construido una estación de bombeo del oleoducto en el filo de la montaña, unos doscientos metros arriba de donde estaba parada sobre sus bases de concreto en una cornisa en la ladera casi vertical del bosque de niebla.
            Entonces se pensó la primera vez  en la posibilidad de salvar la majestuosa estructura, restaurarla y trasladarla a Manizales, la “mamá” del Cable Aéreo. Se diligenció la cesión de la Torre por parte de su propietario legal, que era la Chec, a la universidad y se iniciaron gestiones para la empresa de su traslado. Pero en aquellos tiempos estaba más interesada la Facultad de Arquitectura en asuntos políticos y en estudiar el socialismo que en la misma Arquitectura y mucho menos en ocuparse de antiguas estructuras y monumentos burgueses. Alguien dijo después, con ironía, que un grupo de teóricos ilusos habían llegado al lejano lugar en un jeep, con un costal y una llave inglesa con la intención de volver  con la Torre desarmada…
            Casi diez años más tarde, que fueron de deterioro para la Torre, abandonada en la montaña sin el estricto mantenimiento que requería y recibía mientras el sistema funcionó hasta principios de los sesenta, veinte después de abandonada, algunos interesados que se habían atrevido hasta el lugar y conocido la estructura, propusieron un proyecto de traslado que fuera posible, consiguieron patrocinio privado, autorizaciones por parte de la Universidad y las autoridades competentes y procedieron a la aventuresca empresa de marcar, desarmar, transportar, limpiar, restaurar, pre armar y finalmente levantar de nuevo, en el lugar que ocupa actualmente, la Torre Veinte del Cable Aéreo Manizales-Mariquita.
            Lo primero fue hacer el levantamiento de planos que permitieron la construcción de un modelo a escala para presentarles a quienes no conocían la Torre.
Y fue dicha maqueta, y la presentación de la propuesta técnica, lo que convenció finalmente a quienes aún dudaban del proyecto. Se montó la estructura en un precario programa de tres dimensiones de un computador Apple 2, se asumió un código de localización y se fabricaron platinas de aluminio repujados con la codificación de los puntos de unión, que se colocaron una por una en los extremos de cada uno de los elementos de la Torre; peligrosa y delicada labor que dirigió, desde el punto de vista de la seguridad, el montañista manizaleño Luis Fernando Toro, “Bis”, cuyo acompañamiento se tuvo durante todo el proyecto y quien infortunadamente habría de morir pocos años después en un accidente del helicóptero en el que acompañaba como guía a un grupo de vulcanólogos cuando sobrevolaban los glaciares del Nevado, luego de la erupción del volcán Arenas.
            Una vez marcados los elementos de la Torre fue posible proceder con el desarme, sin duda la parte más riesgosa del proceso dadas las condiciones del lugar y el deterioro evidente de la estructura. En este punto se unió al grupo de trabajo el maestro Miguel Castaño, recomendado no solamente por la calidad de su trabajo como por su valiosa experiencia en trabajos de altura.
            Apenas comenzadas las labores  de desmonte se presentó el primer inconveniente porque las autoridades de Herveo ordenaron suspender los trabajos alegando la propiedad de la estructura por parte del municipio y el interés histórico y turístico que les representaba. Asunto que se solucionó rápidamente puesto que hubo sensatez para comprender que ni dejarla donde estaba, en serio riesgo de derrumbarse y ocasionar no solamente la pérdida irremediable de la Torre sino poniendo en peligro una red de interconexión eléctrica que cruza por el lugar a escasos metros de ésta, ni trasladarla para el pueblo eran opciones razonables dado a los costos imposibles para el presupuesto municipal.
            El desarme se tomó unos tres meses de intensos y delicados trabajos lidiando con las condiciones, las proporciones y el deterioro de la tornillería, además del traslado de las piezas para subirlas, al hombro, por la difícil pendiente hasta dónde cargarla en camiones de mediano tamaño, para traerlas a Manizales donde fueron descargados directamente en las instalaciones de la Corporación Forestal de Caldas, la cual puso a disposición  los patios y talleres que rápidamente se llenaron con las montañas de madera recubierta de brea retostada y variada vegetación, y los arrumes de herrajes y tornillos de grandes dimensiones que parecían en peores condiciones de como estaban, la mayoría en buen estado o utilizables después de cortar por lo sano las piezas mayores, generalmente afectadas en los extremos, para remplazar otras más pequeñas de manera que no hubo necesidad de reponer sino un pequeño porcentaje tanto de madera como de herrajes.


Esta crónica continúa en las próximas semanas.

martes, 3 de enero de 2017

ENTRE LA NOVELERÍA

ENTRE LA NOVELERÍA


         Estaba más tranquila cuando terminó de contarles. –Ya no le pare más bolas a eso, Flaquita. Tenga se tuerce, se cambia esa pinta, y verá que queda sana–, le dijo Maduro. Se puso, mientras se trababan, unos bluyines que le trajo la Pispa y volvió a su estado normal de despreocupada, como si nada hubiera pasado. Al Profe lo excitó la imagen de la Pispa limpiando con ternura el muslo de la adolescente en calzones; quien fue la primera que aceptó la idea del Maduro de arrancar de una para Campohermoso a pillar qué se veía desde los potreros detrás de la universidad.
         Al poco rato estaban en una manga sobre la carretera desde donde se veía el ajetreo del levantamiento. Se acomodaron como de paseo. Abajo habían cerrado la vía y aparte de las patrullas y la camioneta de Medicina Legal, había carros de familiares y conocidos del muerto, que debía ser un duro a juzgar por la proliferación de cámaras y micrófonos. Personas elegantes hablaban entre ellos y con un oficial de abrigo de paño y botas hasta la rodilla. De un Mercedes se bajaron tres señoras jóvenes, una de ellas en malla deportiva, y se le tiraron histéricas al muerto hasta que las dominaron y las metieron a la casita de corredores con patio de cemento sobre la carretera, a donde se había metido el carro hasta chocar con una de las columnas de madera del corredor, que ya habían apuntalado con una guadua recién cortada.
         Seguían llegando carros que tenían que abrirse paso entre el gentío que se acumulaba, sobre todo para el lado del terminal de busetas. Los policías solo dejaban pasar a los  que tuvieran pinta de ricos, y en el patio de cemento y en la carretera había ya un grupo grande de parientes y amigos. El Profe los identificó a todos desde su palco natural, y viendo las cámaras y el revuelo se imaginaba lo que dirían los noticieros sobre el horrendo crimen del eximio patriarca, volteando todo para que no se supiera que andaba el viejo, un martes en pleno día, recogiendo muchachitas en la calle.
         La manga estaba llena de gente, y hubiera sido imposible identificar a El Profe entre los noveleros —camuflado entre la plebe con su barba de muchos días y su figura desgüaletada–, lo cual le daba seguridad para no perder detalle del drama que vivían abajo los miembros y allegados de una de las familias más prestantes del pueblo.
         Pero también de las más pervertidas. –Ahí donde los ven, el finadito era el menos degenerado... La de la licra es una de las hijas, y se tendría que ir en reversa hasta la China para devolver lo que le han dado... Es casada con el mono bajito de vestido café, malo, remalo–, les murmuraba El Profe, mientras se pasaban con toda la frescura del mundo un varillo y una botellita con agua.
         Llegó una camioneta de la policía con más oficiales a quienes recibió el del abrigo y las botas y se dedicó a enterarlos de todo.
         Arriba no le quitaban los ojos al bulto cubierto con una colcha del cadáver que en parte salía del carro con las dos puertas abiertas y gran charco de sangre alrededor. Ni a los agentes que buscaban por el barranco hasta que bajaron  con la mochila colgada de un bolillo; aquello los azaró hasta que Ágata les aseguró que sólo llevaba el cepillo del pelo y un zurullito de papel higiénico.
         El Profe les contó que el tipo había sido hasta gobernador, y la Flaquita comenzó a sentirse la heroína de la jornada. ¡Que semejante pelotera era de cuenta de ella! Y pensó, toda envalentonada, en arrancar falda abajo gritando que había sido ella la que se había quebrado a ese viejo hijueputa...




FLORENCIA BACANA



            Florencia bacana como camina de rico. Como una potranquita de paso fino, pero  jalada del ombligo. Yo me voy a morir si me vuelve a mirar de la manera que lo hizo desde el bus del Sacre. Desde eso me encuentran siempre a las cuatro y cuarto ahí parado en La Suiza, llueva, truene o relampaguée; aunque me toque volarme del colegio, así haya clase con el rector, o con el Papa... Y ahora se me hace la loca. ¡Qué indiferencia tan verraca! cómo será pues la cosa ¿ah? Y lo jodido es que para caerle tengo que estar seguro de ir a la fija, porque la que me pasó con la Mechudita no se repite. No ¡las pelotas!. Y tiene que ser ya que está solterita Florencia mamita, desde que terminó con el novio tan culo que tenía, ese mosco maluco... Qué opinás de la delicia como se apareció en tanguita en esa piscina la otra tarde. A mi me iba dando un infarto, hermano. Es que este pueblo produce mucho bizcocho, llave, pero con Florencia si nos pasamos. Se nos iba yendo la mano en buenura... Necesito es alguna amiga que me haga cuarto, que me ayude a tramarla para poder ir a la fija, sobreseguro. No quiero ni pensar en esa cosota de novia mía. Ahí si no voy a creer en nadie cuando llegue a las fiestas agarrado de esa cinturita de avispa, sobrado... Lo mejor es que no tiene mamá, que se mató en un avión, ¿te acordás?, y el papá se casó con la secretaria, y no la van, entonces no queda quien joda. Parece perfecto, pero esa mujercita debe pensar que todavía estoy tragado de la Mechudita, que es tan amiga, y como las mujeres son tan hijueputas, quién sabe con que cuentos le saldrá. Si yo fuera varón le tiraba también indiferencia, pero la veo y me derrito, llave, se me va la luz y se me olvidan todos los propósitos de ignorarla. Vos sabés cómo es... No te imaginás el culillo que me va dando apenas agarro el teléfono. Que tal que me conteste bien seria y bien fría. Qué camino cojo donde esa princesa me deje mamando ¿ah? No, pues claro que la única forma de saber es cayéndole, pero estando seguro. ¿O qué? Que cosa tan complicada ésta con las sardinas, hermano. Por eso será que viven tan contentos los maricas, por no tenerse que entender con semejantes arpías... No pero que bah!, hablemos de putas, que esas si no ponen pinga, o sí ponen, pero de la que sabemos. Hay que volver a armar fiestica con las hijas del policía, que ese par de mellizas son una locura como se van empelotando de entrada. A mí me habían dicho que eran la frescura, pero ahí si me descrestaron  esa noche cuando dijimos que jugáramos a la botella y se paran ese par de personajes que cuál botella, que para empelotarse no había sino que irse quitando la ropa de una, sin tanto misterio, o que si era que nos daba mucha pena, y al mismo tiempo ya estaban viringas semejantes bizcochas. Que tal que las pillara el suegro, mejor dicho nos coge a todos a bala ese tombo hijueputa, como cogieron a los pelados esos en Bogotá, el papá de unas zorritas que le metían que iban para fiesta familiar y las siguió y las encontró en tremenda orgía, despojadas de sus galas y pegadas de las trancas de los pintas, que ahí quedaron con sus gestos depravados después del reguero de metra que les echó el tipo –también tombo, o tira o algo así– enloquecido. Y pensar que la mamá de éstas vive felíz de pensar que se las estamos montando de noviazgo. Si claro, ya les vamos a pedir la mano de ese par de canes ¿ah? Que inocencia la de la pobre cucha, hermano. Cuadrémoslas para el viernes que los de mi casa van para la finca. Llamálas vos, que digan como siempre que es para grill, y nos armamos una bien verraca con esas culicagadas tan locas. Y tan buenas, porque son unos cacaitos, eso si. Mejor dicho yo me empiezo a concentrar desde hoy, y así dejo de pensar en Florencia, que la única forma de que paren bolas, llave, es tirando indiferencia.