lunes, 26 de septiembre de 2016

MIRAR A BELLA LUCÍA





MIRAR A BELLA LUCIA

I

         Entre las nueve y las diez, la hora perfecta para mirar a Bella Lucía: la hora del algo en Mi Saloncito. Una de las de más ajetreo para la meserita, pues el lugar está siempre lleno, y siempre hay gente esperando a que desocupen las mesas. La hora perfecta para oler su perfume cuando se arrima  a pagar en la caja, casi por encima de mí, de mi sitio en la barra. (Acerca su cuerpo sin tocarme la linda mujer para entregar y recibir el dinero, pasando su brazo desnudo por el ángulo que forman la cabeza y el hombro, tan cerca que me rozan los vellos sedosos en la oreja). Yo, estremecido; pero quieto en primera.         
         Desayuno como siempre con los codos apoyados en el mostrador, mirando  hacia afuera, dándoles la espalda a la vitrina de la parva y a la gran cafetera de bronce. El pocillo con pintado caliente en una mano, y en la otra, — dependiendo de  las tonalidades del día —, un pandequeso o un pastel de guayaba.
         Bella Lucía tiene goticas de sudor que brillan como diamantes, encima de la boca carnosa y fresca; y en la frente, entre mechones dorados. Pretende ser indiferente a la mirada que la persigue, pero siente cada vez con más fuerza la imposibilidad de seguir haciéndolo. Así como siento que no resiste más mi espíritu al impulso de hablarle. No hay nadie más para mi en el local amplio y bullicioso. Es como si no estuvieran los casi cincuenta clientes que conversan al tiempo mientras comen pasteles, empanadas y huevos en cacerola que acompañan con gaseosa, con pintado o con chocolate espumoso, que les sirve Bella Lucía con hábil delicadeza, sin sentirse, existiendo solamente para mi... (Como si no hubiera nadie, a pesar de que a todos los conozco: mis vecinos de los almacenes de cachivaches de la cuadra, y de los juzgados del único edificio nuevo, y de las oficinas de tinterillos, que se confunden con piezas de alquiler como la mía en los viejos caserones de bahareque).

II

         La moneda plateada suena como una diminuta campana contra el piso de baldosas. Los ojos de Bella Lucía la siguen ansiosos hasta la suela de goma de la bota, que la detiene de un pisotón. Allí, en el pequeño disco resplandeciente, de escaso valor, deja clavada su  mirada la tierna mesera, mientras la recojo y con ella entre el pulgar y el índice hago el gesto de entregársela. Siente Bella Lucía que la miro a los ojos - que continúan fijos en la moneda - mientras murmura, a través de la tímida sonrisa, un muchas gracias y estira la mano abierta. Da una vuelta en el aire la moneda, catapultada por por la mano que se extiende para esperarla, quedando, como la de la azorada dueña de ambos, de ésta y de mi corazón, en la misma actitud de recibirla. Sorprendida, la mujercita no puede evitar subir los ojos y turbarse. Parecen ahora rubíes las goticas de sudor...


FIN



*     *     *

VOS SABÉS

         No se incomode más Edilma. Bien pueda se va, que ya me tiene hasta aquí con la amenazadera. Ni que se fuera a acabar el mundo, bendito sea mi Dios... Llévese lo que le sirva, aunque no sea suyo, y no se preocupe por mí, que no necesito nada de esos trebejos. Lo único es el juego de sala, que usted sabe muy bien que es de mi mamá. El resto es suyo, pero piérdase, ¿si? Que cuando salga yo de aquí no quede ni la sombra suya. Yo no quiero ni acordarme de esta relación que empezó tan romántica, tan sentimental, tan empalagosa. Me queda el consuelo de no haber faltado, y de haber sido leal sin dejar a un lado lo varón. Si estoy aquí guardado fue por un destino que usted conoce muy bien como para seguirle dando explicaciones, pero ni quita ni pone en la obligación, ni dejé de cumplirle, porque fue para su beneficio y por su conveniencia que me enredé. No se haga ahora la ignorante. Si está cansada, o dio con otro mejor, o le tienen el oído engatusado, eso es problema suyo, que yo lo que necesito es tranquilidad. Tengo que estar sereno para afrontar lo que se viene tan jodido, y no me amedrenta una traición, que por muchos nombres y adjetivos que le pongás a la cosa, no pasa de ser eso. Vil traición, porque me ves caído me ponés el tacón en el pescuezo y pretendés que te mendigue, ¡vagamunda!. Yo pago este ganso y salgo - no hay plazo que no se cumpla... - y cuando eso sea, pedile a mi Dios que estés bien lejos, porque voy aumentando un rencor y unas ganas de reventarte ese hocico... Y no la vayás a emprender ahora con Rosalba, porque te lleve esta misiva. Ella no tiene velas en este entierro, sino que como es la única, junto con mi madre bendita, que se han acordado de venir a verme - Rosalba sin ningún deber aparte de la amistad sincera - yo le pedí el favor de hacértela llegar; porque la vieja, no quiero que sepa ni siquiera si existís. Rosalba se va a encargar también de hablar con don Segundo para entregarle la pieza cuando te dignés desocuparla, y de cuadrar con Alveiro la llevada del juego de sala ya sea a donde los viejos o a donde alguna de las muchachas, lo que ellas decidan. No la vás a irrespetar, que a vos lo que te ha faltado es la clase que tiene esa dama. Hacé una sola cosa decente en la vida, que nada te cuesta, y comportate por primera vez con sociedad... Sin nada más y con desprecio:

                                                                                      Vos sabés 

lunes, 19 de septiembre de 2016

ROSA CELOSA







ROSA DE PURO CELOSA

   Había que bajar por una de las faldas más paradas del centro. De esas tan pendientes que hay que caminar echado para atrás, o sale uno peloteando de cabezas. Esas faldas que les dan a las mujeres que las transitan con frecuencia, un caminado airoso, como de garzas, por cuidarse pudorosas — desde tiernas colegialas — de que al hacerlo no “se les vean los calzones”.  
   Bajando al Cervantes desde la veintitres. Como tres cuadras hasta la casa con cuatro portones de lata escalonados por la pendiente. Se asomó una muchachita por una ventana de vidrios pequeños en el segundo piso y abrieron después de que habló Rosa. Hasta ese momento, o mejor hasta que subíamos por las precarias escaleras de madera encerada, yo no había disimulado el disgusto y la pereza con que iba en ese paseo tan aburridor; en vez de haber bajado al Campestre, donde ya nos habíamos perdido las finales de tenis... Rosa de puro celosa, porque sabía que eso estaba lleno de paisitas y caleñas. Fué la vez de los mejores interclubes; y yo ennoviado. No como los años anteriores, la bacanería total, una pareja distinta cada noche; y semejantes niñas... importadas!.  
   Se me quitó la jartera cuando salió esa mujer a recibirnos, en la salita tan estrecha que sólo cabían los muebles forrados en plástico. Una salita de adorno. Y esa cosota ahí parada con una minifalda apabullante y la blusa tan pegada que se le veían las burbujitas alrededor de los pezones puntudos. Y la familiaridad con que saludó a Rosa pellizcándole una nalga; y a mí con tremendo beso en la boca, mejor dicho, en media boca, porque yo me le moví por instinto, esperando el beso automático en la mejilla que le dan a uno las cuchas... Claro que ésta ni tan cucha. De unos treinta, pero buena, seguro.    Empujó a Rosa para otra piecita enseguida de la sala, lo mismo de chiquita pero no más con la mesita de trabajo y dos taburetes, y yo me metí detrás mientras ella hablaba sin parar “...a ver corazón que estoy de superafán porque voy para cine con un amigo...”, y le levantó el vestidito en un santiamén y la dejó ahí parada en cucos y brasieres — Rosita, tu imagen divina! — y a mí me sentó en una de las sillas jalándome del brazo y diciéndome que me volteara para allá, que no me entusiasmara tanto, y el que-me-volteara-para-allá fué que se me sentó a todo el frente con las patas abiertas y se le veían los cucos azules claros, templaditos, entre los muslos sin medias. Y que azarada!; yo que me las doy de duro y estaba temblando. La vieja ponía alfileres y cada vez abría más las piernas, y en un tiro se vino y me puso las nalgas duras en la cara... Y Rosa como que hacía rato me estaba preguntando que si me gustaba; pero yo no le oía. Porque desde eso no oigo, hermano, ni veo, ni entiendo. Ni pienso ya en paisitas ni caleñas, ni en finales de tenis. En lo único que pienso es en que cuándo será que Rosa me pida que la acompañe otra vez a donde la modista...


                                                                        ***


MI VERTIGO


   Me tiré en picada desde el balcón y cogí suficiente impulso para planear un largo trecho por el río.      Había llovido y el aire que golpeaba mi nariz olía a  matarratones mojados. Paralelas volaban garzas blancas que recorrían un fondo amarillo de guayacanes florecidos. Busqué con la mirada hasta que encontré los gallinazos que me señalaron la térmica y subí por el aire tibio viendo girar el paisaje hasta que no había oxígeno para mis pulmones ni sangre para mi cerebro, cuyas protestas anunciaron el momento esperado por mi vértigo. Pegué mis brazos-alas al cuerpo, alinié la cabeza con la columna vertebral y me clavé al vacío con fondo de paisaje vibrante cortado por el Cauca serpentino.    El puente aumentaba su tamaño al ritmo de mi caída que sonaba a latigazo, y la textura del agua chocolatuda se hacía cada vez más nítida. 
   El bullicio del pueblo calentano y ráfagas de música del bailadero se confundieron con el rugido del río, cuyo caudal torrentoso casi moja mi cuerpo arqueado al pasar debajo del puente; recuperándome para envolverlo en mi looping perfecto que rematé con un acuatizaje mantequillero de esternón. Casi no paro!