BETINA
Lo más chévere es que Betina también es
pirómana, y así pasamos mejor. Hemos hecho unos daños los hijueputas; y todo el
mundo despistado... Y así se van a quedar, porque quién va a imaginarse... Ella
también se volvió pirómana desde chiquita, en las temperadas de diciembre en la
finca; pero no como yo, quemando monte con el Abuelo, sino echando pólvora en
navidad, desde el alumbrado hasta el treinta y uno. Así era allá en la Matilda,
la finca de los abuelos de Betina, todos los días, ¡y a la lata! En el Totumo
no echábamos sino en las tres fiestas principales, las vísperas del ocho, de
navidad y de año nuevo. Eso sí, también a la lata. Y en las dos fincas había
siempre “matada de marrano”, y se armaban fogones inmensos con piedras de río y
leña en los patios del café, y se chamuscaba el cerdo en una súper fogata de
helechos tostados; y del Totumo íbamos siempre a la matada de marrano de la
Matilda y de allá venían a la de nosotros. Desde eso nos vacilamos esa mujer y
yo....
CATALINA TAN
JODIDA
Catalina empujó y la empujaron hasta
que se pudo subir a la buseta atiborrada que se fue yendo a jalonazos por entre
las demás, innumerables en la estrecha avenida, ensordecedora por las bocinas
de los vehículos y los pitos de los guardias de tránsito. Muchas cuadras sin
traspasar siquiera la registradora, pero por suerte se bajó en el Olimpia la
colegiala de la segunda banca y tan caballeroso el muchacho de la valija de
mensajero que le dejó el puesto. -Quedan
todavía hombres galantes- pensó Catalina agradecida y descansada del agite.
Estaba acomodándose cuando notó la cartera abierta y la ausencia notoria de la
billetera que normalmente la copa. No pudo ser sacando la plata del pasaje
porque las monedas las carga en el bolsillo con cremallera de la parte de
afuera. Está segura de que sucedió apenas superada la registradora, cuando
quedó atrapada entre ésta y el sujeto del maletín, quién ahora no es galante
caballero sino el sospechoso primero, más cuando lo sorprende abriéndose camino
bruscamente a la salida. -¡Este majadero no se me roba la billetera!- piensa
conmocionada Catalina, quien se ha parado y aprovecha la senda aflojada que
deja el paso del perseguido entre el cálido y apretado cargamento humano. Lleva
listo el pequeño corta uñas y preparadas mentalmente las palabras y la voz que
deberán sonar amenazantes y decididas. La buseta no ha parado y el tipo es
alcanzado sin esfuerzo no lejos de la puerta de salida. Aterrada de su propia
valentía le pone Catalina el fingido puñal en el ijar al raponero, que se
paraliza. -¡Me entregás la hijueputa billetera o te mato!- poniendo voz de
macho Catalina, siente como de inmediato cae la cartera entre el bolso que
cuelga del hombro y ha puesto al lado del doblegado delincuente, abierto de par
en par. Frena la buseta con un berrido neumático y se tira de una zancada
Catalina quien, sintiéndose alcanzada, corre cuanto se lo permiten los tacones
las dos cuadras y media que la separan
del portón de su casa. Con las llaves en la mano comprueba que para su
tranquilidad y sin explicación no aparece su enemigo, que ni siquiera ha doblado
la esquina, y que si los nervios le permiten abrir rápido, no sabrá nunca el
bandido de su lugar de residencia. Cede sumisa la cerradura y se abre de un
tirón la puerta que deja ver, en la mesita del teléfono, al lado de la
escalera, junto al cenicero de las
llaves, la billetera que dejara olvidada Catalina cuando al salir de afán esta
mañana debió buscar el número que aparece escrito en un papelito; al lado de la
que hasta hace un segundo creyó recuperada de las garras del Hampa...
COMO VIOLETAS
Margarita tenía preciosos ojos azules,
como violetas, y su perfume era el mismo de las rosas de jazmín. Por eso fue
que una tarde, mientras contemplaba extasiada el crepúsculo majestuoso, apoyada
delicadamente en la barandilla de su balcón, un colibrí “pico de espada” se le
clavó, goloso, en la mirada.
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