QUE COME GENTE
Desde que aparecieron las sardinas por
el hueco en el piso de la diminuta plataforma de cemento, Maduro se enroscó con
las piernas encogidas y recostado contra uno de los tanques, y sólo levantaba
la cabeza para recibir el cigarrillo que a la segunda vez ya no compartió con
nadie sino que se lo consumió de tres o cuatro aspiradas profundas, como si se
quisiera tragar toda la atmósfera de la tierra de un solo jalón.
El Profe se terminó la comida y bebió y
les pasó ron de cajita que había sacado del bolsillo de la chaqueta y saboreó
con deleite.
–Estábamos hablando de ustedes–, dijo
por fin para poner el tema antes de que se le volvieran a desaparecer y se
perdiera la oportunidad. Maduro levantó la cabeza con los ojos muy abiertos
reclamándole con el gesto, pero El Profe lo calmó con otro suyo que le hizo con
las manos y un guiño. –O mejor dicho de vos Flaquita, que nos tenés muy
preocupados, bizcocha. ¿Qué es el cuento con ese tipo, ah? vos sabés muy bien
Ágata que los cuatro vamos para las que sean, y los problemas los tenemos que
compartir y arreglarlos entre nosotros, en confianza. Es lo único que nos puede
mantener asegurados entre todo este mierdero– Le hablaba con el cariño y en el
tono bajo y tranquilo que le habían hecho siempre un efecto sedante y de
seguridad a la muchacha, quien realmente estaba calmada y no reaccionó en
absoluto con el asunto. –Que bah hombre Profe, fresquéese. No pasa nada... Qué
le puede hacer a uno un güevón de esos... Yo le caí porque Marlene dice que es
el único que puede dar razón de lo de mi cucha. Usted sabe que yo en eso voy es
con toda. A lo que pase–.
Maduro se había puesto las pilas y los
oía y los miraba con atención y era como si cogiera impulso para meter la
cucharada.
Ágata siguió hablando como para desviar
el interés –El hijueputa trató de mandarme la mano cuando llegué, de una, sin
contestarme el saludo ni nada... pero lo paré y me le salí para el andén. Ahí
fue que le pregunté, pero el man se me hizo el loco, y todo meloso me dijo que
ni idea, que por qué tan raro la pregunta; y yo le metí que le estaba
preguntando lo mismo a todo el mundo, para que no se me timbrara... y esa pinta
todo arrecho, hablando morbosidades. ¡Gás!–¿No pasa nada? Flaquita ¿No pasa
nada?– Le preguntaba Maduro impaciente. –Hasta caníbal dicen que es ese perro. ¡Caníbal!
Mamita, que come gente. ¡Cómo será!–Hable pasito, llave, que abajo se oye todo–
lo interrumpió El Profe y le hizo señas a La Pispa para que le pusiera la tapa
a la entrada. –Cierre ahí Pispita. Venga a ver, hermano, usted de qué está
hablando– lo cogió con fuerza del brazo –eso es muy delicado, Maduro. Cuente...–
La Pispa sintió pavor por primera vez
en su vida.
EL DÍA DE LOS
INTERNOS
El día de los como setenta estudiantes
del internado comenzaba todavía de noche con un campanazo retumbante seguido de
una jaculatoria en latín que gritaba un cura a todo pulmón, y que en el mismo
tono debíamos contestar todos mientras saltábamos como soldados de los catres
alineados a lo largo de las paredes del
dormitorio, adosados a una banca continua sobre la que se encontraban
los baúles con las pertenencias.
En silencio absoluto y sincronizados
teníamos que tender las camas, meternos a las heladas duchas al aire libre,
vestirnos y salir, después de haber formado milimétricamente entre las hileras
de camas, directamente a la capilla para la misa diaria, aún en latín y muchas
veces entre humos de incienso, música de armonio y cantos litúrgicos. Ocasión
en la que se hacía más obvia la diferencia abismal entre los seminaristas,
poseídos de vocación sacerdotal, que
alcanzaban con frecuencia verdaderos
estados de éxtasis místico, y los “reclusos” que estábamos allí precisamente
por motivos opuestos, castigados por problemas académicos y disciplinarios
(así, y a garrotazos, se manejaban los problemas de aprendizaje y los síndromes
de conducta en aquellas épocas de bárbaras naciones) quienes recitábamos de
memoria como un sonsonete lo que hubiera que rezar para pasar inadvertidos ante
la celosa vigilancia de tres o cuatro curas, que parecían siempre más
interesados en pillarnos infringiendo las normas que en la misa.
Luego de esta venía el desayuno siempre
igual de aguado chocolate, frío como todas las mañanas de aquel pueblo del
antiguo Caldas, acompañado a veces con arepa y casi siempre con una vieja
tajada de pan. Los Domingos una galleta a manera de ñapa, y muy de vez en
cuando un huevo duro.
El comedor ocupaba todo un lado del
primer piso de la vieja casona, con seis largas mesas en dos hileras, y
remataba en los extremos con tarimas más altas donde hacían ángulo recto con
las nuestras las de los curas. En el centro del salón, al frente de la puerta,
el mueble giratorio de madera por donde pasaban las comidas desde las cocinas
atendidas por monjas y novicias a quienes jamás les vimos las caras.
Mientras nos comíamos tan precario
desayuno, también en absoluto silencio y escuchando la lectura que desde un
pequeño púlpito hacíamos todos por turnos semanales, nos pasaban por las
narices las bandejas con el espectacular desayuno de los curas:
espumoso y humeante chocolate con leche, cacerolas con huevos fritos o
en perico, arepa con mantequilla y queso, y variedades de parva recién
horneada... El nuestro mejoraba un poco en ciertas ocasiones de fiesta o de
visitas especiales, y era entonces que aparecían el apreciado huevo duro y la
galleta de encima.
Por fortuna estaba la posibilidad de
alimentarse con comidas que llevaban las familias en los días de visita, y que
debían almacenarse sobre la mesa, a la vista de todos. Comisos que
constantemente eran saqueados por algunos personajes de los bajos fondos, como
un par de pintas de Dosquebradas, quienes para el efecto se desempeñaban como
verdaderas ratas... A estos los habían expulsado, al uno porque nos atracó a
mano armada en una caminata, y al otro por herir con navaja en una riña al
negro Castillo; pero los volvieron a recibir en vísperas de las finales del
campeonato inter colegiado de fútbol. Para reforzar el equipo... El padre M.
salió una tarde en la camioneta y volvió
más tarde con el par de flechas sin que sobre el tema se dijera nada. Quedamos
campeones, gracias al buen juego y a los cobros impecables de adivinen quiénes.
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