martes, 8 de febrero de 2011

memo

Sobre de Manila
Memorando a los lectores
Rafael Mejía Arango

Serias discrepancias en el seno del consejo editorial de bloma no permitieron que sobre de manila saliera a las calles, luego de estar prácticamente lista la columna desde el lluvioso pasado domingo. Y carnuda como venía.
Pero pudo más la insistente labor de dicho consejo, conformado por un diablo y un ángel que orbitan en la aureola del director, quien también participa de las discusiones y que pretenden, entre los tres, a la mejor manera de los antiguos dueños  de los medios, interferir en todo lo que el columnista opine, presionando y acosando para acomodar los escritos a muchas veces oscuros intereses.
Por fortuna bloma se abstrae del asunto negocio, y ni se compra ni se vende; cosa que lo mantiene alejado, por descarte, de intereses oscuros, casi todos estos relacionados con la diosa fortuna.
Así las cosas, la joda del CE se enfoca más en cuestiones de conciencia, y de etéreas y complicadas materias como el sentimentalismo, la solidaridad, y las atadoras lealtades.
 En mi caso particular, como autor y responsable de lo que se dice en este espacio, me ayuda y me exime de problemas el hecho de que no puedo hablar de política, desde que renuncié en esta misma columna, hace varios años, no solamente a comentarla sino a cualquier asunto referente (hasta votar), por razones que entonces esgrimí y sobraría repetir*; y como tampoco puedo hablar de los problemas judiciales de dirigentes y empleados públicos y privados, ni de ese perverso contubernio que llaman “empresas de economía mixta”, de esta región y de Manizales, patria chica de s. de m., de bloma y mía, por inhabilidades de sangre y de amistad ocasionadas por el ancestral incesto entre los habitantes de esta parroquia chévere, pecata, perniciosa y goda; que sumado al hecho accidental de que el director de este incipiente e informal opinadero estudió en casi todos los colegios de su época, y sus muchos, muchísimos primos –prolíficos que también hemos sido– en los demás; y como perdió varios años de bachillerato sin que nadie descubriera sus variados problemas de atención y de aprendizaje, prácticamente todos sus congéneres terminaron siendo parientes o amigos, que son la misma cosa en cuanto a sentimientos y solidaridades se refiere. Los colonizadores se casaron los unos con las otras y viceversa –como diría la reina aquella– durante más de un siglo, y quedamos primos de todos. Y los hijos extraordinarios también se casaron y viceversa y quedamos primos de los primos de los primos… y si los papás de alguien “conocido”, o sea cualquiera, no son primos de los papás de uno, son superamigos, o fueron compañeros de clase, o de órden (claro que hay órdenes en Manila, aquí hay de todo), o colegas; etc., etc.
La cuenta es así de sencilla: pasé por ocho o nueve grupos distintos, de veinticinco a treinta pacientes en promedio, son mal contados doscientos “parceros”, para usar el uribesco lenguaje de José Obdulio, el neo-filósofo de envigado. Y súmenle los cien o ciento veinte  con quienes pagamos servicio militar en pleno quinto de bachillerato, todo bacano, viernes y sábados allá en el batallón de patas y manos, al sol y al agua trotando y haciendo gimnasia americana al ritmo descomunal del teniente De La Rosa Rosendo, de mi sargento Puerres y del costeño Rodríguez. ¿se acuerdan, mis lanzas?


Con semejantes cifras no dudarán los lectores de la credibilidad de mis inhabilidades para manejar ciertos asuntos. Y preferiría quedarme callado para siempre que montar simulacros y desfigurar la realidad.
Pero logré salvar algunos jirones de mi comentario que hasta título tenía: pecados capitales; y aparecerá tan pronto como sea posible, si acaso no resultan pecados nuevos, porque según el catecismo dizque no eran sino siete, y yo ya completé la docena en mi cuenta.
* Iba a decirles que pueden consultar mis antiguas columnas en el archivo del periódico de casa, pero saben qué… dejen así. Yo no he podido. rafame953@gmail.com
         

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