CRÓNICA DE UNA MOVIDA
Segunda parte
Una vez terminado el desarme de La
Torre del Cable y trasladadas las piezas desde la zona rural del municipio de
Herveo a Manizales, se comenzaron las labores de organización y limpieza repartiendo
los elementos de acuerdo a su localización en los planos y se procedió a pelar
de su costra de brea retostada, tierra y musgo a cada una de las piezas;
primero a mano con raspas y cepillos de acero y luego con una pasada por las
canteadoras y cepilladoras, para lo cual debía hacerse una revisión minuciosa y
retirar cualquier clavo o elemento metálico que contuviera la madera para evitar
serios daños en las cuchillas de la maquinaria.
Los herrajes debieron pasar por
distintos procesos de limpieza, primero con disolventes y gratas de acero y
luego por un lavado por electrólisis que dejaron todo como nuevo para
recubrirlo con pintura anticorrosiva. Los dos grandes patines con poleas que
coronan la torre sobre una plataforma de tablones, que son basculantes y por
los que pasaban el cable y las vagonetas, se recuperaron en perfecto estado y
solo fue cuestión de limpiarlos y pintarlos.
Terminada la limpieza se pudo
proceder al diagnóstico sobre el estado real de la madera, para determinar qué
piezas se debían remplazar y cuáles se podían sacar de las partes sanas de las
más grandes, las cuales se construyeron de nuevo en madera de roble blanco
traído del Huila.
En los corredores exteriores de las
que habían sido las bodegas del ferrocarril, que actualmente albergan a la
Universidad Autónoma, se procedió a la pre armada de cada una de las cuatro
columnas principales, acostadas, una por una, para realizar el remplazo, sobre
medidas, de los elementos a reponer, y así evitar deformaciones de la
estructura y hacer posible la armada final del gigantesco rompecabezas.
Las maderas originales de La Torre,
provenientes del Magdalena Medio, eran básicamente comino, laurel, guayacán,
carreto y algunas de tierra fría como el encenillo. Éstas, al igual que las
piezas renovadas con roble blanco, fueron sometidas a un sistema de inmunización
por vacío y presión, que se llevó a cabo en la desaparecida planta de la
Corporación Forestal en Chinchiná. Este proceso les dio el color verdoso de la
actualidad, debido al contenido de cobre del producto inmunizante. Por sus
dimensiones especiales, las 16 piezas horizontales que amarran la estructura a
las bases de concreto, y que debieron remplazarse en su totalidad, se
construyeron en madera de eucalipto, disponible en la región; y fueron
renovadas recientemente, cuando se realizó un juicioso proceso de
mantenimiento, por piezas de teca cultivada en el Magdalena medio.
Entretanto se llevaron a cabo los
estudios para determinar el lugar y la manera de instalar la Torre en su nuevo
emplazamiento, que nunca se dudó sería en el sector de la Facultad de
Arquitectura, antigua Estación de La Camelia y para más en el parque Antonio
Nariño, aledaño a la misma sobre la avenida Santander.
Con la Sociedad de Arquitectos y la
Universidad se resolvió convocar a un informal concurso arquitectónico, cuyas
propuestas debieron desecharse las unas por superar las posibilidades
presupuestales, y las otras por no llenar las expectativas estéticas y
urbanísticas para una obra de tal naturaleza.
Finalmente se resolvió la
instalación en la esquina nororiental del parque, sobre pilares de concreto
similares a los originales pero con mayor altura y de figura piramidal, integrando la base de la
estructura con los andenes y senderos peatonales del parque. Además se buscaron
las mejores visuales desde la avenida, principal arteria de la ciudad.
Una vez concluidas las obras de cimentación
y los pilares de concreto, y terminada la pre armada y restauración en los
talleres de las cuatro columnas de 30 metros de longitud –compuestas a su vez
de cuatro columnas macizas de madera de 20 x 20 centímetros y varios metros de
largo unidas al tope con platinas y
enormes tornillos de acero– y de los
puentes horizontales de nueve metros que las amarran –a la vez formados por
vigas de 16 x 8 cmts.– y la pirámide de 26 metros que soporta, a dos de la
punta, los pesados patines con poleas de la Torre, se comenzaron las labores de
ensamble de una por una de sus 1.800 piezas de madera, que con algo así como 10
toneladas de fierros como tornillos, tuercas, arandelas –del tamaño y el peso
de un tejo– y platinas de grueso calibre, se fue levantando con especial
cuidado para mantenerla nivelada y a plomo, labor que requería permanentes
correcciones que se hacían jalando la estructura con manilas y malacates y
aflojando allí y apretando acá hasta retomar la verticalidad.
En total, los trabajos del traslado,
reparación e instalación de La Torre del Cable se tomaron unos dos años.
Dispendiosa y exigente labor que bien se justificó con el hecho no solamente de
haber salvado esta inmensa escultura estructural que estaba condenada a
desaparecer en la montaña, sino de haberle dejado a la ciudad un monumento que
se ha convertido en mojón urbano y en uno de sus principales símbolos.