EL TRASTEO
El apartamento que pagaban entre todos
tenía dos piezas que daban a la calle comunicadas por el estrecho balcón de
tubos de hierro, un baño con ducha y un pequeño espacio con poyo y lavaplatos.
Estaba en el cuarto piso de un edificio angosto entre viejas construcciones,
con compraventa de café en el primero y gabinetes dentales con ventanas de
vidrios pintados de blanco y letreros con las tarifas en el segundo. Se entraba
por un portón de lámina que permanecía abierto a unas oscuras escalinatas de
granito. La zona, aledaña a las Galerías, es conocida como Puerto Plomo, y en
la cuadra había cantinas, modestos negocios de café y chatarrerías.
Allí instaló el Profe su colchón, su
escritorio, los dos taburetes de vaqueta y las varias cajas de libros que conformaban
su menaje. Ocupaba una de las piezas y en la otra, en una cama doble y nocheros
de madera ordinaria torneada y pintada con laca color azafrán, dormían Maduro,
Ágata y la Pispa.
La idea de arrendar entre todos la tuvo
el Profe esa noche de los cólicos de Ágata, donde Romano. Sería más cómodo y
costaría menos que lo que pagaba por su pieza y lo que ocasionalmente gastaban
Maduro y las niñas en las pensiones del sector. Hicieron a pie el trasteo de
los corotos del hombre, desde la calle de los Juzgados, a seis cuadras pasando
las avenidas.
Los otros no poseían absolutamente nada
aparte de alguna ropa que cabía toda en una tula deportiva que rodaba con ellos
de lado a lado por la Galemba. Por insinuación del Profe compraron el juego de
alcoba donde más barato lo encontraron en la zona de las mueblerías, y una gran
manta de lana virgen —con cóndor y montañas— por la décima parte de lo que les
pidió una india ecuatoriana en el andén del Teatro Manizales.
Los vieron pasar en curioso desfile,
primero con lo del Profe, éste adelante con el colchón y los tendidos
enrollados y atados con una correa de cuero, detrás iba Maduro con la mesa
patasarriba sobre la cabeza y una caja de libros en el reverso de la tapa, cubriendo
a las niñas en fila india con los taburetes y más libros y otros objetos sobre
éstos. Y más tarde con los muebles nuevos, la cama desarmada y el entablado al
hombro de los hombres y los nocheros sobre las cabezas de las muchachas. Así
bajaron por la diecinueve hasta la Alcaldía, caminando por entre los carros al
no poderse por los andenes atiborrados de gente y de buhonerías, y así cruzaron
las avenidas de tráfico pesado y las dos o tres cuadras de galería, abriéndose
paso entre vendedores de todo, campesinos desocupados, prostitutas y travestis
que hacían comentarios y bromas a la peculiar caravana silenciosa.
Ahí, ese día del trasteo, fue cuando
todo se empezó a joder.
Y
alguien podría decir que fue ahí cuando Ágata comenzó a cagarla; pero no era la
pobre Flaquita, era la Vida que la había cagado con ella; hacía mucho tiempo. A
semejante verraquita y la Vida la había desechado como si exprimiera el mejor
de sus frutos sobre el piso asqueroso de la calle.
AL SUR DE CHALA
Había sido un largo y fatigante día desde la ciudad fronteriza de
Tacna, al sur del Perú, por ir a contravía del Rally Dakar 2013, contra la
corriente de la etapa entre Nazca y Arequipa, nosotros subiendo en el mapa.
Nos encontramos con el rally en La Repartición, entrada para Arequipa,
y subimos unos 250 kilómetros por la carretera Panamericana Sur hasta el pequeño
pueblo de pescadores entre la orilla del mar y la carretera, El Ático, transcurso
durante el cual debimos cruzarnos con más de 400 aparatos entre motos, autos,
camiones y cuatri-motos en competencia, como almas que lleva el diablo, en
pleno desierto y cornisas en la roca sobre el mar. Peor al oscurecerse y
agregarles a éstos bólidos monstruosos unos potentes reflectores rompeniebla.
Por algo llegamos a El Ático mamados, y aunque la idea era subir ese
día hasta Chala, casi 100 kms. más arriba, nos quedamos allí no sólo por la
fatiga, sino también porque se presagiaba lleno en los hoteles y encontramos
habitaciones en uno medio decente lleno de carros del rally, participantes y
logística.
Buena pinta –para estar en donde estaba– tenía el hotelito de dos
pisos, aparentemente nuevo. Y la presencia de varios vehículos marcados y
coloridos de la célebre competencia y la gran actividad en el lobby abierto al
exterior; pinta y ambiente que nos dieron pocas esperanzas de hallar
habitaciones a tales horas, como a las diez. Pero había, y no dudamos para
registrarnos y pasar a comer ahí cerca donde nos recomendaron el chicharrón de
pescado y mariscos unos tipos del evento, por quienes supimos también que no se
hospedaban allí sino que habían hecho uso del hotel para bañarse y cambiarse antes de comer y seguir de largo hasta
Arica, al otro lado de la frontera, en Chile.
La “fachada” de hotelito decente
terminaba al cruzar la puerta del corredor que llevaba a las habitaciones a
donde nos mandaron en el primer piso, medio construidas en ladrillo sin ningún
hilo ni nivel, de manera que las paredes de los cuartuchos culebreaban hasta el
fondo, al lado de un patio de tierra y una gran puerta que tapaba el mar.
Sin pensar, por fortuna, en los
terremotos frecuentes de la zona, dormimos profundamente hasta que nos despertó
una pelea de cholos borrachos con el encargado, que no los dejaba entrar y le
daban golpes a la puerta metálica de atrás, ahí encima de nuestra pieza, lo que
aprovechamos para ducharnos como fuera en el baño precario y salir de allí
–ahora nosotros– como almas que lleva el diablo.
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