martes, 10 de enero de 2017

LA TORRE VEINTE


                                                                                              Fotografía de autor desconocido.


CRÓNICA DE UNA MOVIDA


Desde que dejó de funcionar y luego se desmanteló el antiguo Cable Aéreo que cruzaba la cordillera entre Manizales y Mariquita, hasta que un grupo de estudiantes de arquitectura que hacía trabajo de campo en la población tolimense de Herveo, antigua sub estación del extenso sistema de transporte en el costado occidental del macizo volcánico del Ruiz, conocieron de la existencia de una inmensa torre que a diferencia de las demás estaba construida en madera y no había sido desarmada ni removida como lo fueron las metálicas, sus herrajes y el cable y vagonetas, excepto por una que otra dejadas en los pueblos y veredas a manera de recordatorio; desde que dejó de funcionar el cable, hasta principios de los setenta que presentaron en la facultad de arquitectura, recién instalada en la vieja construcción de la estación de Manizales, una corta película en blanco y negro sobre su descubrimiento, muy poco o nada se sabía en la ciudad de la existencia de la Torre 20, localizada a nueve kilómetros al occidente de la cabecera municipal de Herveo, y a donde había ahora acceso vehicular por haberse construido una estación de bombeo del oleoducto en el filo de la montaña, unos doscientos metros arriba de donde estaba parada sobre sus bases de concreto en una cornisa en la ladera casi vertical del bosque de niebla.
            Entonces se pensó la primera vez  en la posibilidad de salvar la majestuosa estructura, restaurarla y trasladarla a Manizales, la “mamá” del Cable Aéreo. Se diligenció la cesión de la Torre por parte de su propietario legal, que era la Chec, a la universidad y se iniciaron gestiones para la empresa de su traslado. Pero en aquellos tiempos estaba más interesada la Facultad de Arquitectura en asuntos políticos y en estudiar el socialismo que en la misma Arquitectura y mucho menos en ocuparse de antiguas estructuras y monumentos burgueses. Alguien dijo después, con ironía, que un grupo de teóricos ilusos habían llegado al lejano lugar en un jeep, con un costal y una llave inglesa con la intención de volver  con la Torre desarmada…
            Casi diez años más tarde, que fueron de deterioro para la Torre, abandonada en la montaña sin el estricto mantenimiento que requería y recibía mientras el sistema funcionó hasta principios de los sesenta, veinte después de abandonada, algunos interesados que se habían atrevido hasta el lugar y conocido la estructura, propusieron un proyecto de traslado que fuera posible, consiguieron patrocinio privado, autorizaciones por parte de la Universidad y las autoridades competentes y procedieron a la aventuresca empresa de marcar, desarmar, transportar, limpiar, restaurar, pre armar y finalmente levantar de nuevo, en el lugar que ocupa actualmente, la Torre Veinte del Cable Aéreo Manizales-Mariquita.
            Lo primero fue hacer el levantamiento de planos que permitieron la construcción de un modelo a escala para presentarles a quienes no conocían la Torre.
Y fue dicha maqueta, y la presentación de la propuesta técnica, lo que convenció finalmente a quienes aún dudaban del proyecto. Se montó la estructura en un precario programa de tres dimensiones de un computador Apple 2, se asumió un código de localización y se fabricaron platinas de aluminio repujados con la codificación de los puntos de unión, que se colocaron una por una en los extremos de cada uno de los elementos de la Torre; peligrosa y delicada labor que dirigió, desde el punto de vista de la seguridad, el montañista manizaleño Luis Fernando Toro, “Bis”, cuyo acompañamiento se tuvo durante todo el proyecto y quien infortunadamente habría de morir pocos años después en un accidente del helicóptero en el que acompañaba como guía a un grupo de vulcanólogos cuando sobrevolaban los glaciares del Nevado, luego de la erupción del volcán Arenas.
            Una vez marcados los elementos de la Torre fue posible proceder con el desarme, sin duda la parte más riesgosa del proceso dadas las condiciones del lugar y el deterioro evidente de la estructura. En este punto se unió al grupo de trabajo el maestro Miguel Castaño, recomendado no solamente por la calidad de su trabajo como por su valiosa experiencia en trabajos de altura.
            Apenas comenzadas las labores  de desmonte se presentó el primer inconveniente porque las autoridades de Herveo ordenaron suspender los trabajos alegando la propiedad de la estructura por parte del municipio y el interés histórico y turístico que les representaba. Asunto que se solucionó rápidamente puesto que hubo sensatez para comprender que ni dejarla donde estaba, en serio riesgo de derrumbarse y ocasionar no solamente la pérdida irremediable de la Torre sino poniendo en peligro una red de interconexión eléctrica que cruza por el lugar a escasos metros de ésta, ni trasladarla para el pueblo eran opciones razonables dado a los costos imposibles para el presupuesto municipal.
            El desarme se tomó unos tres meses de intensos y delicados trabajos lidiando con las condiciones, las proporciones y el deterioro de la tornillería, además del traslado de las piezas para subirlas, al hombro, por la difícil pendiente hasta dónde cargarla en camiones de mediano tamaño, para traerlas a Manizales donde fueron descargados directamente en las instalaciones de la Corporación Forestal de Caldas, la cual puso a disposición  los patios y talleres que rápidamente se llenaron con las montañas de madera recubierta de brea retostada y variada vegetación, y los arrumes de herrajes y tornillos de grandes dimensiones que parecían en peores condiciones de como estaban, la mayoría en buen estado o utilizables después de cortar por lo sano las piezas mayores, generalmente afectadas en los extremos, para remplazar otras más pequeñas de manera que no hubo necesidad de reponer sino un pequeño porcentaje tanto de madera como de herrajes.


Esta crónica continúa en las próximas semanas.

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