ENTRE LA
NOVELERÍA
Estaba más tranquila cuando terminó de
contarles. –Ya no le pare más bolas a eso, Flaquita. Tenga se tuerce, se cambia
esa pinta, y verá que queda sana–, le dijo Maduro. Se puso, mientras se
trababan, unos bluyines que le trajo la Pispa y volvió a su estado normal de
despreocupada, como si nada hubiera pasado. Al Profe lo excitó la imagen de la
Pispa limpiando con ternura el muslo de la adolescente en calzones; quien fue
la primera que aceptó la idea del Maduro de arrancar de una para Campohermoso a
pillar qué se veía desde los potreros detrás de la universidad.
Al poco rato estaban en una manga sobre
la carretera desde donde se veía el ajetreo del levantamiento. Se acomodaron
como de paseo. Abajo habían cerrado la vía y aparte de las patrullas y la
camioneta de Medicina Legal, había carros de familiares y conocidos del muerto,
que debía ser un duro a juzgar por la proliferación de cámaras y micrófonos. Personas
elegantes hablaban entre ellos y con un oficial de abrigo de paño y botas hasta
la rodilla. De un Mercedes se bajaron tres señoras jóvenes, una de ellas en
malla deportiva, y se le tiraron histéricas al muerto hasta que las dominaron y
las metieron a la casita de corredores con patio de cemento sobre la carretera,
a donde se había metido el carro hasta chocar con una de las columnas de madera
del corredor, que ya habían apuntalado con una guadua recién cortada.
Seguían llegando carros que tenían que
abrirse paso entre el gentío que se acumulaba, sobre todo para el lado del
terminal de busetas. Los policías solo dejaban pasar a los que tuvieran pinta de ricos, y en el patio de
cemento y en la carretera había ya un grupo grande de parientes y amigos. El
Profe los identificó a todos desde su palco natural, y viendo las cámaras y el
revuelo se imaginaba lo que dirían los noticieros sobre el horrendo crimen del
eximio patriarca, volteando todo para que no se supiera que andaba el viejo, un
martes en pleno día, recogiendo muchachitas en la calle.
La manga estaba llena de gente, y hubiera
sido imposible identificar a El Profe entre los noveleros —camuflado entre la
plebe con su barba de muchos días y su figura desgüaletada–, lo cual le daba
seguridad para no perder detalle del drama que vivían abajo los miembros y
allegados de una de las familias más prestantes del pueblo.
Pero también de las más pervertidas. –Ahí
donde los ven, el finadito era el menos degenerado... La de la licra es una de
las hijas, y se tendría que ir en reversa hasta la China para devolver lo que
le han dado... Es casada con el mono bajito de vestido café, malo, remalo–, les
murmuraba El Profe, mientras se pasaban con toda la frescura del mundo un varillo
y una botellita con agua.
Llegó una camioneta de la policía con
más oficiales a quienes recibió el del abrigo y las botas y se dedicó a
enterarlos de todo.
Arriba no le quitaban los ojos al bulto
cubierto con una colcha del cadáver que en parte salía del carro con las dos
puertas abiertas y gran charco de sangre alrededor. Ni a los agentes que
buscaban por el barranco hasta que bajaron
con la mochila colgada de un bolillo; aquello los azaró hasta que Ágata
les aseguró que sólo llevaba el cepillo del pelo y un zurullito de papel
higiénico.
El Profe les contó que el tipo había
sido hasta gobernador, y la Flaquita comenzó a sentirse la heroína de la
jornada. ¡Que semejante pelotera era de cuenta de ella! Y pensó, toda envalentonada,
en arrancar falda abajo gritando que había sido ella la que se había quebrado a
ese viejo hijueputa...
FLORENCIA BACANA
Florencia
bacana como camina de rico. Como una potranquita de paso fino, pero jalada del ombligo. Yo me voy a morir si me
vuelve a mirar de la manera que lo hizo desde el bus del Sacre. Desde eso me
encuentran siempre a las cuatro y cuarto ahí parado en La Suiza, llueva, truene
o relampaguée; aunque me toque volarme del colegio, así haya clase con el
rector, o con el Papa... Y ahora se me hace la loca. ¡Qué indiferencia tan
verraca! cómo será pues la cosa ¿ah? Y lo jodido es que para caerle tengo que
estar seguro de ir a la fija, porque la que me pasó con la Mechudita no se
repite. No ¡las pelotas!. Y tiene que ser ya que está solterita Florencia
mamita, desde que terminó con el novio tan culo que tenía, ese mosco maluco...
Qué opinás de la delicia como se apareció en tanguita en esa piscina la otra
tarde. A mi me iba dando un infarto, hermano. Es que este pueblo produce mucho
bizcocho, llave, pero con Florencia si nos pasamos. Se nos iba yendo la mano en
buenura... Necesito es alguna amiga que me haga cuarto, que me ayude a tramarla
para poder ir a la fija, sobreseguro. No quiero ni pensar en esa cosota de
novia mía. Ahí si no voy a creer en nadie cuando llegue a las fiestas agarrado
de esa cinturita de avispa, sobrado... Lo mejor es que no tiene mamá, que se
mató en un avión, ¿te acordás?, y el papá se casó con la secretaria, y no la
van, entonces no queda quien joda. Parece perfecto, pero esa mujercita debe
pensar que todavía estoy tragado de la Mechudita, que es tan amiga, y como las
mujeres son tan hijueputas, quién sabe con que cuentos le saldrá. Si yo fuera
varón le tiraba también indiferencia, pero la veo y me derrito, llave, se me va
la luz y se me olvidan todos los propósitos de ignorarla. Vos sabés cómo es...
No te imaginás el culillo que me va dando apenas agarro el teléfono. Que tal
que me conteste bien seria y bien fría. Qué camino cojo donde esa princesa me
deje mamando ¿ah? No, pues claro que la única forma de saber es cayéndole, pero
estando seguro. ¿O qué? Que cosa tan complicada ésta con las sardinas, hermano.
Por eso será que viven tan contentos los maricas, por no tenerse que entender
con semejantes arpías... No pero que bah!, hablemos de putas, que esas si no
ponen pinga, o sí ponen, pero de la que sabemos. Hay que volver a armar
fiestica con las hijas del policía, que ese par de mellizas son una locura como
se van empelotando de entrada. A mí me habían dicho que eran la frescura, pero
ahí si me descrestaron esa noche cuando
dijimos que jugáramos a la botella y se paran ese par de personajes que cuál
botella, que para empelotarse no había sino que irse quitando la ropa de una,
sin tanto misterio, o que si era que nos daba mucha pena, y al mismo tiempo ya
estaban viringas semejantes bizcochas. Que tal que las pillara el suegro, mejor
dicho nos coge a todos a bala ese tombo hijueputa, como cogieron a los pelados
esos en Bogotá, el papá de unas zorritas que le metían que iban para fiesta
familiar y las siguió y las encontró en tremenda orgía, despojadas de sus galas
y pegadas de las trancas de los pintas, que ahí quedaron con sus gestos
depravados después del reguero de metra que les echó el tipo –también tombo, o
tira o algo así– enloquecido. Y pensar que la mamá de éstas vive felíz de
pensar que se las estamos montando de noviazgo. Si claro, ya les vamos a pedir
la mano de ese par de canes ¿ah? Que inocencia la de la pobre cucha, hermano.
Cuadrémoslas para el viernes que los de mi casa van para la finca. Llamálas
vos, que digan como siempre que es para grill, y nos armamos una bien verraca
con esas culicagadas tan locas. Y tan buenas, porque son unos cacaitos, eso si.
Mejor dicho yo me empiezo a concentrar desde hoy, y así dejo de pensar en
Florencia, que la única forma de que paren bolas, llave, es tirando
indiferencia.
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