Y EL PROFE
Subieron corriendo y encontraron la
figura del Profe enmarcada por el vano iluminado de la puerta de la pieza de
Romano en el segundo piso, que llaman "la oficina" y da a la calle
sobre el portón y domina hacia adentro tanto el descanso del primer tramo de
escaleras, como todo el corredor hasta el baño en el fondo. La sombra del
Profe, que a pesar de la distorsión alargada seguía insinuando su figura
desgarbada, llegaba hasta allá. Romano jugaba dominó recostado a la pared, de
frente al corredor y entre las dos ventanas con cortinas por entre cuyas
rendijas domina y vigila la calle.
Ni lo mira ni le contesta y el Profe
insiste: –...no sea mierda hombre Romano... deme cualquier cosa para perderme
de aquí, seguro. Usted sabe que yo le pago. Nunca le he faltoniado ¿o
si?...Diga a ver qué le dejo...–. (Sabe bien que no hay nada que dejar. Que por
nada de lo que lleva encima le van a dar ni un centavo. Y menos droga. Sabe que
Romano ni lo escucha. Que desde que entregó los últimos pesos y lo que le
quedaba de algún valor, había dejado de existir no solo en aquél, sino para todos los sopladeros... Pero había que
insistir y humillarse, y lo que fuera, por si acaso).
—Fresco Profe, venga con nosotros que
venimos es pagados...– Le dice la Pispa jalándolo del brazo.
—¡Romano!, una pieza con de todo–
El Profe mira pidiendo la aprobación de
Maduro. Será lo que diga el personaje, quien hace un gesto desdeñoso con la
boca y el hombro:
—Tranquilo bacán, usted sabe como son
las cosas con nosotros. Venga que después cuadramos.–
* *
*
Les había preguntado por Ágata,
extrañado de que no estuviera con ellos. Sabía que eran amantes los tres, e
inseparables. Los conocía desde tiempo atrás, pero sólo en los últimos días se
habían hecho amigos, primeramente de la Pispa, cuando la invitó una tarde a
combinado. Y después de los tres cuando se gastaron entero el anticipo de un
contrato con el Instituto de Cultura y estuvieron durante cinco días con sus
noches como diez pintas por cuenta del Profe, todo un hotelucho alquilado para
ellos.
–La Flaquita está acostada con unos
cólicos tenaces–¿Sí, dónde?–Pues donde van a ser, Profe ¿en la cabeza?—soltando
la carcajada.–No Pispa, que dónde está la sardina–Ah, como no explica. En una
pieza donde Belén...—y se quedó pensativa un momento hasta que volteó a mirar a
Maduro —Mucha hijueputa esa Belén ¿no?–
Y como Maduro no contestó, concentrado
como estaba desbaratando cigarrillos Pielroja y volviéndolos a formar mezclando
la picadura con el polvo rosado de varios paqueticos que había tirados en el
piso de vinilo donde conversaban, mientras se los pasaban en orden riguroso; La
Pispa se puso a contarle al Profe que la dueña de la pensión había querido
echar a Ágata a la calle, así como estaba de enferma, que dizque sólo era por la noche que valía la
pieza, que si se quedaba en el día costaba doble, y habían tenido que pagarle y
por eso quedaron tan “putos”. El Profe ofreció su pieza para llevarla, y
quedaron en que más tarde irían a buscarla según cómo siguiera.
–¿Y dónde es el entable, llave?— habló
por fin Maduro, sin quitarle los ojos a su oficio.
–Allí cerquita, entre los juzgados y Mi
Saloncito. Un cuchitril, pero tengo colchón y baño–