martes, 29 de noviembre de 2016

Y EL PROFE



Y EL PROFE

         Subieron corriendo y encontraron la figura del Profe enmarcada por el vano iluminado de la puerta de la pieza de Romano en el segundo piso, que llaman "la oficina" y da a la calle sobre el portón y domina hacia adentro tanto el descanso del primer tramo de escaleras, como todo el corredor hasta el baño en el fondo. La sombra del Profe, que a pesar de la distorsión alargada seguía insinuando su figura desgarbada, llegaba hasta allá. Romano jugaba dominó recostado a la pared, de frente al corredor y entre las dos ventanas con cortinas por entre cuyas rendijas domina y vigila la calle.
         Ni lo mira ni le contesta y el Profe insiste: –...no sea mierda hombre Romano... deme cualquier cosa para perderme de aquí, seguro. Usted sabe que yo le pago. Nunca le he faltoniado ¿o si?...Diga a ver qué le dejo...–. (Sabe bien que no hay nada que dejar. Que por nada de lo que lleva encima le van a dar ni un centavo. Y menos droga. Sabe que Romano ni lo escucha. Que desde que entregó los últimos pesos y lo que le quedaba de algún valor, había dejado de existir no solo en aquél, sino  para todos los sopladeros... Pero había que insistir y humillarse, y lo que fuera, por si acaso). 
         —Fresco Profe, venga con nosotros que venimos es pagados...– Le dice la Pispa jalándolo del brazo.
         —¡Romano!, una pieza con de todo–
         El Profe mira pidiendo la aprobación de Maduro. Será lo que diga el personaje, quien hace un gesto desdeñoso con la boca y el hombro:
         —Tranquilo bacán, usted sabe como son las cosas con nosotros. Venga que después cuadramos.–
*     *     *

         Les había preguntado por Ágata, extrañado de que no estuviera con ellos. Sabía que eran amantes los tres, e inseparables. Los conocía desde tiempo atrás, pero sólo en los últimos días se habían hecho amigos, primeramente de la Pispa, cuando la invitó una tarde a combinado. Y después de los tres cuando se gastaron entero el anticipo de un contrato con el Instituto de Cultura y estuvieron durante cinco días con sus noches como diez pintas por cuenta del Profe, todo un hotelucho alquilado para ellos.
         –La Flaquita está acostada con unos cólicos tenaces–¿Sí, dónde?–Pues donde van a ser, Profe ¿en la cabeza?—soltando la carcajada.–No Pispa, que dónde está la sardina–Ah, como no explica. En una pieza donde Belén...—y se quedó pensativa un momento hasta que volteó a mirar a Maduro —Mucha hijueputa esa Belén ¿no?–
         Y como Maduro no contestó, concentrado como estaba desbaratando cigarrillos Pielroja y volviéndolos a formar mezclando la picadura con el polvo rosado de varios paqueticos que había tirados en el piso de vinilo donde conversaban, mientras se los pasaban en orden riguroso; La Pispa se puso a contarle al Profe que la dueña de la pensión había querido echar a Ágata a la calle, así como estaba de enferma, que  dizque sólo era por la noche que valía la pieza, que si se quedaba en el día costaba doble, y habían tenido que pagarle y por eso quedaron tan “putos”. El Profe ofreció su pieza para llevarla, y quedaron en que más tarde irían a buscarla según cómo siguiera.
         –¿Y dónde es el entable, llave?— habló por fin Maduro, sin quitarle los ojos a su oficio.

         –Allí cerquita, entre los juzgados y Mi Saloncito. Un cuchitril, pero tengo colchón y baño–

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