miércoles, 16 de noviembre de 2016

ÁGATA Y LA PISPA

ÁGATA Y LA PISPA
        
        La Pispa sentada en el andén mordiéndose las uñas habla y habla de lo preocupada que la tiene esa loca de Ágata otra vez perdida, como andaba de embalada cuando se les abrió hace ya casi dos días y con ese azare en que la dejó semejante chicharrón de la otra vez, –…esa culicagada es capaz de cualquier locura bien verraca–.
    Maduro mirando impasible el cigarrillo ni la oye. Es como el papá del par de quinceañeras a pesar de que si acaso les lleva dos años. Son tres mocosos. Y no es que como dice La Pispa no le importe lo que le pase a la flaquita, ni que no la quiera igual o más de lo que la quiere La Pispa, o de lo que él quiere a La Pispa. Está claro que con él van siempre las dos p’a las que sean, a lo bien.
         Y claro que también esta tan preocupado como La Pispa, pero se mantiene impasible y como si nada, aunque conoce mejor que ella los riesgos que corre la sardina dando boleta por ahí, con ese muerto encima…   
       Había sido como tres semanas atrás. Ágata llegó toda acelerada a la pieza con el cuento de que necesitaba –...una punta, que voy es por lo mío–, sin parar de moverse de un lado a otro fumando desaforada mientras Maduro sin decir palabra le entregaba el cuchillo envuelto en periódicos que guardó indiferente en la mochila indígena la cual, con su indumentaria de falda corta de pana con cargaderas y camiseta resaltaban su largo cuerpo lánguido de adolescente y la hacían ver inocente y tierna.
       Sabían para donde iba pero nada le dijeron porque sabían también de lo inútil de insistirle en semejante embale.
      Habían hablado mucho de lo imprudente de andar solos, pero Ágata era la más atravesada, y le gustaba su cuento con viejitos ricos arrechos, e insistía en que eso no le funcionaba sino sola: “... ellos mismos caen, los cuchitos güevones... Y con el primer grito ya les está dando un infarto...”, decía con la seguridad de quien lo ha hecho muchas veces. –El mejor ambiente es el Parque Caldas, o Bomberos, porque por ahí se sabe en lo que anda cada cual. El secreto está en pillarse al marrano preciso, no tanto que se le note el degenere como el billete, ¿entiende? En un minuto ya estás instalada en semejante nave rumbo al Arenillo o a La Cabaña; y el resto es pan comido, llavecita... Un día hasta cayó una señora de sociedad,  puro farín fan fá... ¡Huy!, a ésa me la morbosié primero. Olía rico, la piroba... ¿Se acuerda Pispa de los aretes de esmeraldas todos bacanos? Ésa.–
         Cuando había vuelto al amanecer La Pispa le notó de inmediato el moretón en la cara y las manchas de sangre en la falda y en la piel del muslo izquierdo. Ágata temblaba y tenía los ojos hinchados de llorar. No traía la mochila. Soltando palabras aisladas les contó que le había metido el cuchillo hasta la empuñadura, por entre las costillas en el mismo momento en que el viejo le daba el golpe violento con el revés de la mano, con una fuerza inusitada de quien suponía un anciano decrépito. Bajando a la Linda. Por fortuna el carro iba despacio y se metió al patio de una casa campesina, desde donde alcanzaron a verla cuando subía desesperada por el barranco para salir a la cuchilla de Villa Pilar.



FERNÁNDEZ, EL DE SEXTO

        Cuando oyó que Fernández, el de sexto, se comía a las niñas de trece y catorce años, resolvió vengarlas, comiéndoselo a él. Pero no pudo hacerlo porque no soportó el sabor dulzón y empalagoso de la carne humana.


UN VIENTO HELADO

        Hacía un viento helado que se sentía como barberazos la noche que cumplía su turno cuidando las matas de bareta del parche, la cooperativa, ya casi a punto entre los matorrales de la cañada del Bajo Nevado, cuando sintió el portazo y mientras oía el arrancón de un motor veía rodar el bulto los últimos metros del barranco enmalezado y caer a la corriente.
        —¡¡Hijueputa!!– Gritó aterrorizado porque de una supo que ese fardo era un “muñeco”, y que ahí se quedaría atascado como cuando bajaban colchones viejos y costales con basura, hasta que no los sacaran entre todos, para que siguiera su curso despejado el chorro con la mitad de la mierda de toda la ciudad.
        –¡Hijueputa!,¡hijueputa!,¡hijueputa!. ¡Nos ganamos este muerto!–

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