PRECISAMENTE AHÍ
–Usted qué estaba haciendo donde ese
tipo, Flaca– le preguntó Maduro sin saludarla y abriéndole los ojos. –¿Donde
cuál tipo? Nada...– Le contestó Ágata haciéndose la boba mientras le
desenredaba una ramita que tenía La Pispa en el pelo.
Llevaban un rato buscándola hasta que
la vieron salir de la carnicería de Matiz y la alcanzaron en la esquina de
arriba. Los saludó sin emoción y no se inmutó con el agite y la pregunta de
Maduro.
–¡Cómo que nada! Flaca, ¡cómo que nada!
¿Usted no sabe quién es ese hijueputa?– Nunca lo habían visto así, a semejante
fresco –Relajado papito, deje el azare, no pasa nada, a lo bien... tengo un
hambre la verraca. Ustedes qué ¿vamos donde Maruja?–
***
Muchas cosas se decían de la zona.
Se decía que las proxenetas comenzaban
sus labores de adiestramiento con menores de ocho años, y que niños y niñas de
diez a doce no sólo ejercían la prostitución, sino que eran adictos al alcohol
y a cuantas otras sustancias se consumían en sus casas, o en la calle y más
oficialmente en los prostíbulos y sopladeros.
Se decía que los hijos se negociaban en
las esquinas como en una compraventa de ganado. Que mucha de la carne que se
vendía en forma de pinchos y albóndigas en las ollas humeantes de los andenes
provenía de niños que se habían rebelado, o que por su apariencia no prometían
un buen futuro en el negocio desbocado del sexo y de la droga.
Se decía que por la plata que costaba
un paquete de cigarrillos ordinarios se podía morir destajado a barberazos. Que
los traficantes de órganos humanos compraban la mercancía escogiéndola de
campesinos que bebían desprevenidos en las cantinas.
Se sabía que por encima de los grandes capos
de los abastos, que ganaban por cada naranja y cada junco de cebolla que
llegaba al mercado, y que recibían más de la mitad de las míseras ganancias de
los miles de vendedores informales; y que por encima de la poderosa mafia del
sexo callejero, que manejaba cientos de hombres y mujeres que trabajan las 24
horas de los siete días y de peso en peso proveen inmensas ganancias a los chulos
a quienes pertenecen, como cosas, y quienes apenas les dejan con que medio
alimentarse a ellos y sus proles; esto mientras les dejan los hijos numerosos
antes de quitárselos para volverlos al círculo vicioso de la ignominia. Y que
por encima de la misma megamafia del narcotráfico, que maneja cada centavo que
produce el comercio clandestino desde el pegante industrial hasta las más
sofisticadas drogas sintéticas; por encima de todas, silenciosa y casi
invisible, estaba la siniestra mafia, compuesta de unos cuantos, muy pocos, de
órganos y de la muy preciosa y valorada grasa humana.
Y ese espeluznante súper negocio, al
igual que el del sicariato, en el cual nada pasaba sin su intervención, lo
manejaba desde una discreta carnicería desapercibida entre las demás, un
personaje diabólico que no tenía cara de nada, un gordo monito con rasgos de
niño y delantal blanco impecable.
***
Y precisamente ahí, en lo
más tenebroso, donde ni los más atravesados ni los más braveros se atrevían a
meter las narices, en aquella pocilga del horror se había ido a meter La
Flaquita en su temeridad pasmosa, como si nada.
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