INFORME:
Se levantó a las ocho después de leer
un rato. Antes de hacerlo encendió el radio portátil sobre la mesita de noche.
Se puso la bata de baño y salió al sanitario del final del corredor. Regresó a
la habitación y tendió toallas alrededor del lavamanos. Se desnudó y empezó a
asearse sacando agua caliente con una esponja que untaba de jabón
para estregarse cuidadosamente. Se secó y se sentó a vestirse luego de escoger
la ropa en el escaparate de madera. Ya vestido se paró, organizó las cosas en
el nochero y el escritorio, se metió algunas en los bolsillos, apagó el
radiecito y salió. Conversó unas palabras con el hombre de la recepción, echó
una mirada a los titulares de los diarios sobre el mostrador y entregó la llave
para dirigirse al ascensor de reja en el estrecho descanso de la escalera. Ya
abajo cruzó el oscuro vestíbulo y salió a la calle abriendo con dificultad la
pesada puerta de hierro. Se dirigió al bar de la esquina, en el mismo edificio
de la pensión, y se acomodó, sin sentarse, en el extremo de la barra ocupada
por varios clientes ordinarios. Saludó a todos y pidió café con hojaldres que
comió despacio mientras miraba el periódico que le pasaron sin pedirlo.
Salió y comenzó a caminar por la Via
Laietana en dirección al mar. Debió esperar contra la reja de la placita
Berenguer mientras pasaba animadamente un grupo de turistas orientales que
bajaba de uno de los muchos autobuses parqueados. Siguió hasta la esquina de
Jaume I y esperó a que se pusiera el semáforo para cruzar la vía congestionada.
Al otro lado se detuvo a mirar los titulares en el kiosco de revistas, compró
lotería en la mesita de los ciegos y se encaminó por la animada Carrer de
L’Argenteria hacia Santa María del Mar. Caminaba despacio por el centro de la
angosta vía, parando con frecuencia a curiosear los negocios de uno y otro
costado, y en especial las vitrinas de las tiendas de comestibles de los
africanos y los antiguos almacenes de especias importadas y café. En los cruces
de los callejones se quedaba mirando con detenimiento las cotidianas escenas
domésticas en los portones y balcones de las añosas construcciones, y en ocasiones
se desviaba por alguno de aquellos para volver a la ruta luego de algunos
rodeos por los laberínticos pasajes. Llegó a la iglesia y le dio la vuelta muy
despacio, deteniéndose varias veces a mirar algunos detalles con los
binoculares, y en dos ocasiones a hacer anotaciones. Observó del interior lo que pudo a través de las entradas
principales, sin subir los escalones de piedra al frente de cada una de las
tres grandes puertas, en el atrio y en los costados, y pasó a tomarse un café
en uno de los bares al aire libre de la pequeña plaza. Así estaba, saboreando
con deleite la infusión reconfortante y
mirándolo todo; cuando la vio.
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