martes, 7 de febrero de 2017

SE LEVANTÓ A LAS OCHO

         INFORME:
      Se levantó a las ocho después de leer un rato. Antes de hacerlo encendió el radio portátil sobre la mesita de noche. Se puso la bata de baño y salió al sanitario del final del corredor. Regresó a la habitación y tendió toallas alrededor del lavamanos. Se desnudó y empezó a asearse sacando agua caliente con una esponja que untaba de jabón para estregarse cuidadosamente. Se secó y se sentó a vestirse luego de escoger la ropa en el escaparate de madera. Ya vestido se paró, organizó las cosas en el nochero y el escritorio, se metió algunas en los bolsillos, apagó el radiecito y salió. Conversó unas palabras con el hombre de la recepción, echó una mirada a los titulares de los diarios sobre el mostrador y entregó la llave para dirigirse al ascensor de reja en el estrecho descanso de la escalera. Ya abajo cruzó el oscuro vestíbulo y salió a la calle abriendo con dificultad la pesada puerta de hierro. Se dirigió al bar de la esquina, en el mismo edificio de la pensión, y se acomodó, sin sentarse, en el extremo de la barra ocupada por varios clientes ordinarios. Saludó a todos y pidió café con hojaldres que comió despacio mientras miraba el periódico que le pasaron sin pedirlo.                

      Salió y comenzó a caminar por la Via Laietana en dirección al mar. Debió esperar contra la reja de la placita Berenguer mientras pasaba animadamente un grupo de turistas orientales que bajaba de uno de los muchos autobuses parqueados. Siguió hasta la esquina de Jaume I y esperó a que se pusiera el semáforo para cruzar la vía congestionada. Al otro lado se detuvo a mirar los titulares en el kiosco de revistas, compró lotería en la mesita de los ciegos y se encaminó por la animada Carrer de L’Argenteria hacia Santa María del Mar. Caminaba despacio por el centro de la angosta vía, parando con frecuencia a curiosear los negocios de uno y otro costado, y en especial las vitrinas de las tiendas de comestibles de los africanos y los antiguos almacenes de especias importadas y café. En los cruces de los callejones se quedaba mirando con detenimiento las cotidianas escenas domésticas en los portones y balcones de las añosas construcciones, y en ocasiones se desviaba por alguno de aquellos para volver a la ruta luego de algunos rodeos por los laberínticos pasajes. Llegó a la iglesia y le dio la vuelta muy despacio, deteniéndose varias veces a mirar algunos detalles con los binoculares, y en dos ocasiones a hacer anotaciones. Observó del interior  lo que pudo a través de las entradas principales, sin subir los escalones de piedra al frente de cada una de las tres grandes puertas, en el atrio y en los costados, y pasó a tomarse un café en uno de los bares al aire libre de la pequeña plaza. Así estaba, saboreando con deleite la  infusión reconfortante y mirándolo todo; cuando la vio.

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